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Sedimentaciones intempestivas
Sedimentaciones intempestivas
"Me dijo que su libro se llamaba El libro de arena, porque ni el libro ni la arena tienen ni principio ni fin."[1]
La superficie de la Tierra fue la primera superficie para escribir. Mucho antes de que los nómadas paleolíticos adornaran las cuevas de Altamira, Lascaux o Chauvet-Pont-d'Arc con sus pigmentos indelebles, la superficie de la Tierra había sido surcada por una forma de escritura más generalizada: sobre la sabana africana, el desierto australiano, la parte baja de la selva amazónica, ya existía "la posibilidad de la ruta y de la diferencia como escritura, la historia de la escritura y la historia de la ruta, de la ruptura, de la “via rupta”, de la vía rota, franqueada, “fracta”, del espacio de reversibilidad y de repetición trazado por la apertura, la separación y el espaciamiento violento de la naturaleza, de la selva natural, virgen, salvaje."2
Entonces, si ya existía una escritura en esta coyuntura de rutas y huellas sobre la superficie de la Tierra; si pisar la hierba, la arena o la arcilla era suficiente para que la escritura existiera, debemos admitir que ésta antecede al momento en que la humanidad empezó a caminar erguida. En efecto, ya había escritura desde el “Spur”, el “spoor” o rastro: "mierda de elefante sobre el suelo silvestre", que fue rastreada por los nómadas más arcaicos. 3 Pero también existía la escritura dentro del reino animal en la demarcación territorial y en ciertas conductas. La escritura existe bajo el mar. La langosta, por ejemplo, se congrega cada año para migrar en masa, en una sola fila sobre el lecho del Caribe. Su antepasado más antiguo, descubierto recientemente en Chiapas, data de hace unos 110 millones de años. Por lo tanto, ahora debemos retrasar la escritura aún más, hasta cuatro billones de años antes de que estas antiguas langostas emprendieran, por primera vez, su gran éxodo a través del fondo del mar, cuando los campos gravitacionales del sol y de la luna trazaron el mapa de las temporadas, las mareas, y los patrones meteorológicos de la Tierra.
Incluso, si decidiéramos abandonar este concepto tan exorbitante sobre la escritura a favor de uno más conservador – la escritura como la representación gráfica del habla – nuestra cronología empezaría, ineludiblemente, con la Tierra: con el barro húmedo sobre el cual fue plasmada la escritura cuneiforme, o los glifos olmecas tallados en serpentina que, hasta la fecha, no han sido descifrados.4 La proliferación de la escritura en la era histórica estuvo sujeta a su migración a medios cada vez más maleables y, por tanto, cada vez menos duraderos – el papiro en Egipto, el papel en China, la lana en los Andes, tintes orgánicos en todo el mundo. El mapa fantástico de Borges, que coincidía con el territorio imperial, estaba basado en el dominio tecnológico de la fabricación del papel.5 La relación entre lo manejable de las superficies de escritura por un lado, y la superficie total inscrita, por el otro, alcanzó un nuevo umbral con el advenimiento de la radiotelegrafía a principios del siglo XX. La escritura logró, no sólo saturar la atmósfera de la Tierra, sino ser lanzada espacio exterior, y reverberar indefinidamente a través del cosmos.
Este pasaje del estrato orgánico del papel al estrato energético de la electricidad catalizó el advenimiento de una nueva arquitectura: una red de cables entrelazados bajo la tierra y el mar, un enjambre de satélites que orbitan frenéticamente y, en medio, la Biblioteca de Babel. A su vez, esta arquitectura puso los cimientos para un conjunto de cambios sociales, epistémicos, e inclusive, pasionales que comenzaron a actualizarse hace apenas dos o tres décadas. Por lo tanto, es prematuro anunciar la muerte de un medio que se torno anticuado tan velozmente como el papel, pero los que crecimos en la era de la reproducción mecánica hemos empezado a sentir el inicio de una tecno-nostalgia.
En unas cuantas décadas, las grabaciones sonoras analógicas sucumbieron a la codificación digital, primero en discos compactos, y posteriormente en archivos de audio comprimidos; las cartas escritas a mano fueron reemplazadas por formas de entrega instantáneas de texto; el celuloide cedió el paso a dispositivos fotosensibles de carga acoplada y los archivos digitales son sustitutos viables socialmente para las fotografías; más recientemente, las tabletas electrónicas permiten el acceso a un acervo cada vez más mayor de publicaciones. Son muchas las maneras de "anular el espacio por medio del tiempo". 6 Paradójicamente, cierta generación de observadores pueden percibir este acceso sin precedentes a la música, las imágenes y la información como una suerte de pérdida. La delicada técnica de colocar la aguja de la tornamesa en la ranura de un disco, el apapacho fetichista de una carta de amor, los ademanes tan formales con los cuales la gente solía manejar sus fotografías valiosas, la flexibilidad resistente de un libro bien encuadernado: estos encuentros táctiles retroceden cada vez más con la marea creciente de los medios digitales.
No cabe duda, entonces, que hay un aspecto intempestivo en una biblioteca en la época del Internet. Con respecto al contenido, es decir, como una tecnología arquitectónica que acumula, centraliza, y distribuye documentos físicos desde un sitio particular en el espacio geográfico, pareciera que la función de la biblioteca ha sido superada por la distribución no-centralizada del texto digital en el Internet. Mientras que la mayoría de las bibliotecas son accesibles a una población geográficamente delimitada, y con horarios específicos, el acceso al Internet es posible a cualquier hora del día, desde cualquier parte del mundo, salvo las más remotas. De la misma manera, y como forma de expresión, es decir, como la materialización de una rama de la informática que establece una relación fija entre el “tema” de un documento dado y su ubicación física en la estantería, pareciera que la biblioteca ha sido superada por el desarrollo de sistemas de clasificación flexibles, interconectados y generados por los usuarios 7. Para consultar un documento, los usuarios de una biblioteca tienen que valerse de una estructura clasificatoria relativamente rígida, como por ejemplo el Sistema Decimal Dewey. Los usuarios de Internet, en cambio, tienen la capacidad de ubicar y consultar un texto mediante una variedad indeterminada de caminos, gracias a la proliferación de los metadatos anexados a los textos digitales, y no hay límite inherente a la cantidad de copias digitales de un texto que puedan circular.
La Biblioteca de la Tierra es, por lo tanto, doblemente intempestiva: no sólo está arraigada en la forma-biblioteca, sino que sus contenidos sustanciales también han retrocedido más allá del papel en un retorno al material primordial de la tierra misma. Pero no se trata de un atavismo sencillo. En efecto, tal extemporaneidad es una virtud potencial, como una fuerza que "actúa contra y por encima de nuestro tiempo a favor, esperemos, de un tiempo futuro. 8
¿Qué contienen los libros de la Biblioteca de la Tierra? Tierra, arena y materiales orgánicos entre tapas trasparentes de acrílico, los volúmenes sellados esta biblioteca se perfilan como criptas silenciosas.
¿Qué es una cripta? […] Lugares hechos para esconder y disimular algo; siempre algo corpóreo de alguna manera […] Talladas en la naturaleza, […] estos lugares no son naturales. […] La cripta no es, entonces, un lugar natural, sino la historia asombrosa de un artificio, una arquitectura, un artefacto […]. Sea lo que sea lo que uno escribe sobre ellas, las superficies parietales de la cripta no separan simplemente un foro interior de un foro exterior. […] El foro críptico protege contra el exterior el secreto mismo de su inclusión clandestina o su exclusión interna. […] Pero precisemos: si es cierto que nada en esta “criptonomía” es puramente verbal, también es cierto, sin embargo, que nada aparece como una cosa dada directamente a la percepción. La percepción misma, como toda imagen muda, cae bajo la ley de la cifra. 9
Sin contenido verbal, soslayando la escritura alfabética, los libros de la Biblioteca de la Tierra son como índices de materiales irreducibles pertenecientes a territorios que están cargados de expresiones secretas. "La emergencia de materias de expresión (cualidades) es la que define el territorio. […] El territorio no es anterior a la marca cualitativa, es la marca la que crea el territorio."10 Una tierra rojiza tiene la marca de la hematita, es decir óxido férrico en forma mineral; el amarillo es la marca de la limonita, la mena férrica que se usa para fabricar el ocre; y el negro es el signo que revela la presencia de materia orgánica en descomposición. "Estas cualidades son firmas; pero la firma, el nombre propio, no es la marca constituida de un sujeto, sino la marca constituyente de un dominio, de una morada."11 Esta forma de ver el territorio como algo que abarca, tanto cualidades como una firma propietaria, se vuelve más contundente cuando la miramos a partir del concepto relacionado de “terroir” [terruño]. Champaña, Speyside, Tequila: son firmas cuyas cualidades no necesitan ser enumeradas.12
La Biblioteca de la Tierra reúne más que un libro de arena. Una vez que un libro individual ha sido adquirido y sus contenidos han sido labrados en la superficie de la Tierra para emprender su camino hacia las manos de la bibliotecaria-artista, se encuentran con otros volúmenes de la Biblioteca y, por lo tanto, experimentan una transformación decisiva. Una vez que han sido admitidos en la biblioteca, estos contenidos constituyen "ya no pancartas que marcan un territorio, sino motivos y contrapuntos, que expresan la relación del territorio con impulsos internos o circunstancias externas, incluso si éstas no están dadas".13 La Biblioteca de la Tierra es tanto sinfonía, como acervo. Rojo, amarillo y negro van in crescendo y decrescendo, en unas cuantas líneas melódicas, mientras que las texturas y granulaciones aparecen y reaparecen en contrapunto, en un estallido staccato, tras otro: Ciudad Juárez se enfrenta con Normandía, Vietnam se topa con Egipto, Toscana se encuentra con Arizona.
La emergencia de tales motivos y contrapuntos dentro de la Biblioteca desencadena un reordenamiento de funciones. La función de adquisición se ha hipertrofiado (ya que la Biblioteca está formada en su totalidad por donaciones), mientras que la función de préstamo ha desaparecido – en efecto, la función semiótica de la lectura ha dado lugar a la función más “espectatorial” de “echar un ojo”, o inclusive "navegar" los itinerarios desquiciados propuestos por la disposición de los libros de la Biblioteca. Con respecto a los propios libros, la función del autor también ha sufrido una reorganización. "Pero, evidentemente, no basta con repetir la afirmación vacía de que el autor ha desaparecido. […] Lo que habría que hacer es localizar el espacio vacío que surge ante la desaparición del autor, escrutar el reparto de las lagunas y de las fallas, y buscar las aberturas que la desaparición revela."14 El nombre propio de la artista ha sido eliminado de la superficie de cualquier objeto-libro específico: mediante este acto de borrar, es el plano de consistencia el que reúne todos los elementos heterogéneos que forman la Biblioteca.15 Desde su posición como nodo en una red social, el nombre de la artista se ha convertido en una hondonada que devora la tierra circundante, y la excava por medio de líneas telefónicas, cables de fibra óptica y señales inalámbricas que engullen la superficie de la Tierra.
Si la Biblioteca de la Tierra actuará en nuestro tiempo, para el beneficio de un tiempo por venir, será debido a este acto de geofagia y de reordenamiento de funciones. La Biblioteca de la Tierra instancia una economía alternativa, una οἰκονομία en el sentido más literal. Va en contra de la corriente del flujo de intercambios conectados en red que, velozmente, han caracterizado esta nueva era en la que vivimos. Para quienes han sido arrastrados por la vorágine de los medios sociales, la propuesta es sustituir Facebooks y Twitters con tierra, polvo y suciedad, para reincorporarlos al canto de la Tierra. 16
1 Jorge Luis Borges, "El libro de arena," en Obras completas, vol. II: 1975-1985 (Buenos Aires: Emecé Editores,1989), p. 69.
2 Jacques Derrida, De la gramatología, 4ª ed., trad. Oscar del Barco y Conrado Ceretti (México: Siglo XXI,
1986), p. 141.
3 Gayatri Chakravorty Spivak, "Sign and Trace," en An Aesthetic Education in the Era of Globalization (Cambridge, Mass.: Harvard University Press, 2012), p. 492; Jacques Cousteau, La Marche des langoustes (1976).
4 Jean-Jacques Glassner, Ecrire à Sumer: L'invention du cunéiforme (París: Éditions du Seuil, 2000); María del Carmen Rodríguez Martínez et al., "Oldest Writing in the New World," Science 313.5793 (2006): 1365-1366.
5 Jorge Luis Borges, "Del rigor en la ciencia," en Obras completas, vol. I: 1923-1972 (Buenos Aires: Emecé Editores, 1974), p. 847.
6 La expresión es de Marx. Véase a Marx, Elementos fundamentales para la crítica de la economía política (Grundrisse), 1857-1858, vol. 2, trad. José Aricó, Miguel Murmis y Pedro Scaron (México: Siglo XXI, 1972), p. 31.
7 Los términos "forma de contenido" y "forma de expresión" fueron acuñados por el lingüista danés Louis Hjelmslev. Los empleo en el sentido expandido desarrollado por Gilles Deleuze y Félix Guattari. Véase a Hjelmslev, Prolegómenos a una teoría del lenguaje, trad. José Luis Díaz de Liaño (Madrid: Gredos, 1971); a Deleuze y Guattari, Mil mesetas: Capitalismo y esquizofrenia, trad. José Vázquez Pérez con Umbelina Larraceleta (Valencia: Pre-Textos, 1988), pp. 50-52, 90-92, 143-144 y pássim; y a Deleuze, Foucault, trad. José Vázquez Pérez (Barcelona: Paidós, 1987), pp. 75-99.
8 Friedrich Nietzsche, Sobre la utilidad y el perjuicio de la historia para la vida, trad. Germán Cano (Madrid: Biblioteca Nueva, 1999), p. 39.
9 Jacques Derrida, "Fors: Les mots anglés de Nicolas Abraham et Maria Torok," en Nicolas Abraham y Maria Torok, Cryptonymie: Le verbier de l'homme aux loups (París: Flammarion, 1976), pp. 12-13, 58.
10 Deleuze y Guattari, op. cit., pp. 321, 322.
11 Ibid., p. 323.
12 Véase, por ejemplo, a Elizabeth Barham, "Translating Terrior: The Global Challenge of French AOC Labeling," Journal of Rural Studies 19.1 (2003): 127-138.
13 Deleuze y Guattari, op. cit., p. 324.
14 Michel Foucault, ¿Qué es un autor?, trad. Silvio Mattoni (Córdoba, Argentina: Litoral, 1996), p. 43.
15 "[…] una primera cuestión sería saber qué mantiene unidas todas esas marcas territorializantes, esos motivos territoriales, esas funciones territorializadas en un mismo intra-agenciamiento. Es una cuestión de consistencia: el "mantenerse unidos" de elementos heterogéneos." Deleuze y Guattari, op. cit., p. 329.
16 "Sí, el rostro tiene un gran futuro, a condición de que sea destruido, deshecho." Ibid., p. 177; véase también p. 317.